445.
ENSAYO SOBRE LA LIBERTAD. Fragmento.
Del libro: “Travesía hacia la
libertad”
Los pájaros
simbolizan la libertad, y desde una —en apariencia— inocente paloma, hasta una
—en realidad— majestuosa águila despiertan la admiración y hasta la envidia de
los humanos. El vuelo de algunas es tan alto que casi pueden tocar el cielo. La
libertad es como un mágico mirador que todas las aves conocen.
Desde
pequeño, Diego observaba las mariposas y golondrinas y se preguntaba si la
libertad era igual a volar, como pensando que todo aquél que lograra volar
tendría una prerrogativa sobre los demás. También observaba los inmensos
árboles y montañas cuya cima parece que se eleva al infinito hasta lograr tocar
el cielo.
Diego, en la capital había tenido oportunidad de vivir la experiencia de
liberar a una paloma lanzándola al aire. Aquí, en su nueva casa, Diego y sus
amigos con frecuencia acudían cerca de la costa para recoger frailecillos extraviados
o lastimados y que no se atrevían a reemprender el vuelo. Los cuidaban y
alimentaban hasta que estaban recuperados. Entonces regresaban a la playa para
liberarlos y, ellos, agradecidos, volaban en círculos antes de emprender el
vuelo definitivo hacia la libertad.
¿Y los
peces? También el mar es equivalente a una libertad sin condiciones. «Liberar
un pez debe ser más emocionante que liberar un ave», reflexionaba Diego
mientras su imaginación volaba en el espacio etéreo.
Pero, ¿Qué
ha sucedido con las especies acuáticas? Nadie se atrevería a decir que un pez
es menos bello que un ave. El pleno dominio de su medio, que es el agua, los
vuelve igual de admirables.
Por eso,
afirmar que los peces se mantienen seguros y sanos estando en una pecera no es
suficiente argumento para tenerlos en cautiverio.
Ningún
animal, ningún pez, cambiaría su libertad a cambio de estar en un acuario
rodeado de comodidades, pues la libertad no es negociable. El mérito real está
en ser libre siempre y para siempre.
Karlo,
nuestro pez y héroe, como cualquier animal anhelaba ir en busca de su libertad,
aunque ésta fuera su último reducto.
No quería
resignarse a ver la libertad como un mero símbolo o un acto de rebeldía, sino
sentirla y vivirla. Todo el inmenso mar sin límites. Un mar de diversión. «Todo
el mar para mí», soñaba.
Sería la
libertad total y absoluta: moverse, expresarse, decidir por sí mismo. Aunque
eso significara riesgo y responsabilidad.
Así, Karlo,
sin importar los peligros o las limitantes del entorno, anhelaba ser libre.
Cambiaría, sin pensarlo, seguridad por libertad.
A veces, la
libertad sólo sirve para morir. Pero no importa. A la libertad no se puede
renunciar. Es inalienable, aunque se tenga que morir por conseguirla. Por eso,
la posición de los ojos, en forma lateral a cada lado de la cabeza, en los
peces y otras especies no es casual, pues la naturaleza les permite así
protegerse de los depredadores, contrario a otras especies como los felinos o
los mismos humanos que tenemos los ojos al frente.
Llegará el
día en que los animales de cualquier especie, aún las fieras salvajes, hermosas
y fascinantes, deban ser dejados en libertad.
«¿Qué será
de mis hermanos que dejé en el acuario? ¿Correrían la misma suerte? ¿Qué será
de los otros peces que están en el mar, en mi verdadera casa, cómo la pasarán?
¿Tendrán tanta comida como yo y podrán defenderse de los peligros? Sé que son
felices porque hacen lo que quieren, en cambio yo... tengo todo y sin embargo
estoy triste porque no poseo la libertad», meditaba.
Viéndolo
así, la libertad era imposible. La libertad es parecida al sueño de todo pez,
que fuera del agua, sólo tiene la posibilidad de contemplar su pecera por
breves momentos y luego morir.
Juan
Antonio Razo